sábado, 6 de diciembre de 2014


FRENESÍ BULÍMICO

En breve comenzará el frenesí bulímico y muchos  harán gala de sus excesos. Ya no conformes con disfrutar de la comida, alardearán de lo que comen fotografiando platos y copas, y escribirán eso de, si ustedes gustan, que queda tan “educado”. Paralelamente, alternando entre comilona y comilona, harán gala en el FB de sus niveles de sensibilidad social, subiendo algún copia y pega de esos que buscan despertar conciencias, escenas de mendigos que de pronto son sorprendidos por una buena acción orquestada de antemano, acciones que en el fondo no dejan de ser una pantomima  para tranquilizar, entre exceso y exceso, las conciencias del personal.  

Qué buenos somos, qué concienciados estamos con los más desfavorecidos. Lo estamos tanto, que hemos subido un “videoyutube” sensiblero en el que un mendigo de la Quinta Avenida, comparte su pizza con un yupi aburrido que quiere ponerlo a prueba. El  hijoputa del yupi le dice al mendigo que tiene hambre, y el mendigo, pobre desgraciado, va y le da el mejor trozo… Cuanta bondad hay en el mundo, y qué abiertos estamos a ello…

Pero ahora sigamos comiendo, sigamos con la fiesta, mostremos al mundo en fotos nuestro cochinillo al horno y nuestras copas de champán, que el mendigo ya tiene su trozo de pizza y el cabrón del yupi ha despertado por un instante, con su experimento de mierda, nuestras conciencias de mierda. Ya estamos tranquilos, hemos cumplido, saciémonos pues… Cuanta mala leche y cuanta hipocresía.

Recuerdo que mi abuela, que tenía tanto de buena como de sabia, solía decirnos que no presumamos de lo que tenemos o de lo que comemos,  que si no estamos dispuestos a compartirlo, nos limitemos a disfrutarlo, porque queda feo alardear de lo que poseemos, habiendo otros que no poseen nada. No era una cuestión de sentimiento navideño, era una cuestión de sentido común, de educación, de saber estar.

No procede que una inmensa mayoría de personas esté sumida en la miseria hasta el extremo de no poder comer lo necesario y que encima, los que pueden hacerlo, alardeen de ello. El que quiera compartir, que lo haga, y el que no, que coma, pero que calle… sería lo suyo, por una cuestión, si no de sensibilidad, al menos de clase, porque para caer en  catetadas siempre se está a tiempo.

 

 

 

lunes, 17 de noviembre de 2014


Palabras presas
Las palabras de aquel buen hombre quedaron confinadas entre cuatro paredes mugrientas, las cuatro paredes de un cuartucho apenas iluminado por la tenue luz de una bombilla de cuarenta vatios, luz que en ocasiones parpadeaba coincidiendo con el sonido de unos desgarradores gritos que provenían del final de un oscuro pasillo.
Las palabras de aquel buen hombre quedaron confinadas para después ser transformadas en gritos aterradores, todo porque una mañana tuvo la osadía de pronunciar en voz alta la palabra libertad.
JM Arroyo

miércoles, 5 de noviembre de 2014


UNA DE CAMPITOS, HUERTECITOS Y GALLINITAS.

Muchas veces he  leído u oído decir a urbanitas desencantados y  desencantadas con su estilo de vida, que les gustaría hacerse con una casita en el campo y dedicarse a cultivar un huerto,  cuidar gallinas y  ordeñar vaquitas , tolón tolón, dejando a  un lado la vida que llevan, como si eso fuera tan simple. Lo más curioso es quienes suelen decir eso, tienen un puesto de trabajo - del que sin duda no disfrutan  - pero que les permite tener acceso a una vivienda con su agua corriente y su electricidad, y se surten de todo y más en los centros comerciales.

 Además hacen vida social cada fin de semana, tomándose sus copitas y toda la pesca, y de vez en cuando, se visten de Decatlhon y se marcan una rutita por el campo, de estas balizadas para no perderse. Será eso, el paseíto campestre, lo que supongo les hará pensar en lo idílico que debe ser, según ellos y ellas, aquello de la casita de campo, cultivar lechugas, obtener huevos frescos de las gallinas y leche pura de vaca,  de cabra, y puestos a tener, por qué no, algún cerdito.

Esto me recuerda a la historia del argentino que emigró a Canadá, que al principio estaba encantado con ver nevar, pero que al final acabó tan hasta los cojones de la nieve y de todo lo que implica, que optó por regresar a su tierra, a pesar de la humedad, el calor y los mosquitos.

Lo del campito quizá empezara de manera parecida… “Qué bonito es ver amanecer en el campito, escuchar el trinar de los pajaritos y disfrutar del revoloteo de las gallinas, encantadas de entregarme sus huevos frescos… Esto es lo más lindo que he visto en mi vida.”

Pero al cabo, no digo de las semanas, sino de los días, acabarían cayendo en la cuenta de un modo traumático, de lo que supone la vida en el campo. Quizá levantarse a las cuatro de la madrugada para  empezar ordeñando las vacas, surtirlas de pienso, y limpiar los excrementos y las meadas, con ese pestazo a mierda que cauteriza las fosas nasales. Tres cuartos de lo mismo con las gallinas…y de lechugas nada, porque la granizada que cayó a media noche  las ha dejado hechas un colador. De ver amanecer, tampoco, porque se ha entablado un temporal del carajo y el sol lleva días sin salir, acojonado con la que se ha montado procedente de las Azores.

Y ahora que ha escampado,  ponte a abonar, y a bregar con la plaga del gusano cogollero que se está zampando las mazorcas de maíz, con lo que  costó que agarrasen. Además, hay que reparar el techo del cobertizo donde guardas el pienso, la leña y la mula mecánica, que por cierto te recuerda que hay que ir a por gasoil porque tiene el tanque seco. Pero resulta que el camino está embarrado a más no poder y cualquiera sale con el Dacia de mierda que compraste, porque para el Land Rover no te llegaba. Como no había bastante, ahora la cabra, la puta de la cabra, la madre que la parió, que se ha pillado la coccidiosis y el veterinario no da a bastos… putos protozoarios.

Y que te dan las nueve de la noche y no hay manera de sacar agua del pozo porque se ha ido la luz, una de tantas veces, y en uno de esos putos picos de tensión, se ha quemado el motor. De llamar al técnico olvídate que es sábado.  Prepara la cena, que ya vas tarde, y prepárala a la luz de las velas, que para el folleteo estarán la mar de bien, pero lo que es para cocinar, como que no. Para colmo de males acabas de tropezar con una gallina que se ha escapado del gallinero y te has dado de bruces con el perol… el pucherete al carajo.

Ahora toca lavarse con palangana, que seguimos sin agua y lo que queda. La que cae,  lo hace  fuera de nuevo, jodiendo el resto de la plantación. Te vas al catre apestando a abono, pero te la suda porque estás molido o molida. Son las doce de la noche y dentro de cuatro horas te tienes que levantar. Y mañana domingo, pero eso será en Móstoles, porque lo que es aquí, como si no existieran. Ni domingos, ni vida social, ni leches, te ha quedado faena por hacer, que se te acumulará para mañana.

Qué pasa ahora, por qué ladran los perros. A levantarse tocan y a coger la del 12 con posta lobera, que no es la primera vez que te roban y aquí, en el puto campito, no hay seguratas, ni policías, y los civiles no abarca tanto. Falsa alarma, son los jodidos topos que cada día se acercan más a las cuatro zanahorias que has plantado y que te han costado más que lo que valen en la frutería.

Los muertos del campito, quien te mandaría  meterte entre frutales, con lo bien que estabas en la urbe, con tu trabajo de mierda, con tu rutina de mierda y con tu vida social de mierda.

Y es que resulta que la vida fácil no existe, salvo para aquellos que se aprovechan del esfuerzo que realizan los demás, y que si la vida en una ciudad tiene sus condicionantes, la vida en el campo tiene muchos más, y lo más probable es que cualquier  urbanita de tres al cuarto no esté a la altura de las circunstancias.  Deja a un yorkshire solo durante una noche, no ya en la selva, sino en un parque público, y cuéntame lo que pasó. Así que menos lobos Caperucito o Caperucita, quédate en tu casita y deja el campo para la gente curtida, que te irá mejor comprando las zanahorias en el Mercapollas más cercano.

En la foto, un labriego revisando el riego al atardecer, empapado y desde las cuatro de la mañana en planta.


 

jueves, 23 de octubre de 2014


El contramaestre…con todas las de la ley.

Se le notaba en el porte, seguro de sí, con la mirada de la milla, milla náutica para más señas, esa forma de mirar que se anticipa a los hechos,  mirada que se adelanta a la rotura de la ola traicionera,  mirada que no pierde la virada. Y por la noche, con las luces largas puestas, para ver de lejos.

 Era el más limpio, el más sano, el que manejaba el cotarro en el puerto pesquero de Barbate. A diferencia del resto, este se mostraba seguro, se sabía el puto amo. Los demás mantenían las distancias conscientes de sus limitaciones, pobres gatos tullidos, que ya recibieron bastante castigo como para plantar batalla. Será otro el que lo haga cuando este decline, cuando apunte su ocaso, pero mientras tanto él es el jefe, el que cuenta el pescado, el que lo reparte y se lleva la mejor parte.

El contramaestre… con todas las de la ley.

 


domingo, 28 de septiembre de 2014


GATO PORTUARIO

Para más señas, de Barbate, que no de Franco. Allí estaba, en la explanada del puerto pesquero, antesala del Estrecho, dormitando con los dos gatos que se ven al fondo, dándose calor, y quizá aunando fuerzas para superar una tara que les relacionaba a los tres y que los diferenciaba del resto de los gatos que marcaban territorio en aquellos muelles, y era que los tres estaban tullidos.  Debía ir con ellos también  eso de la unión hace la fuerza, que  Dios los crea y ellos se juntan, y algunas frases más de marras y amarras, esa manía que tenemos de atarlo todo con frases lapidarias.

Este debía ser el gato más espabilado de los tres, o quizá el más sociable, o tal vez al que le restaban más fuerzas. Antes de esta, disparé al trio algunas fotos más, y fue a él a quien picó la curiosidad que mató a otros gatos, acercándose a mí, aunque con cierta cautela inicial, para comprobar qué diablos hacía aquel humano con ese ojo tan grande en sus manos.

La aproximación la realizó en tres fases. Las dos primeras fueron con paso felino configuración depredador, aunque a quién iba a engañar el pobre si ni siquiera tenía mirada felina por estar casi ciego, debido a vete a saber qué afección en los ojos. En la tercera fase fue cuando se sentó y bostezó, quizá sintiéndose más cómodo y seguro al verme, no por encima, sino casi por debajo de su nivel.

Fue el bostezo que congelé lo que hace singular el instante, teniendo en cuenta sus circunstancias, pues el gato, debido a su aspecto, era más de inspirar lástima que simpatía.  En cambio, aquí está, con gesto simpático, optimista y distendido pese a sus circunstancias, una lección más que nos da la naturaleza.
Mereció la pena haberme tirado cuerpo a tierra para realizar la foto, pese a que apoyé la rodilla derecha, a pelo y con mis pelos, sobre una descomunal y fresca cagada de gaviota, otra lección más de la madre naturaleza, ésta bastante más ácida y repulsiva que la anterior… como la vida misma.

 


domingo, 14 de septiembre de 2014


OCHO MINUTOS Y DOCE SEGUNDOS.

Es un tema musical largo, intenso, como los recuerdos que me trae. Habrán pasado ya trece o catorce años, de cuando los tres de marras, Juanma, Nano y yo, fuimos a la presa del Hundidero, cerca de Montejaque (Provincia de Málaga)  para rapelar  los cerca de 70 metros de altura que tenía aquella malograda  obra de ingeniería que se comenzó en 1920 y se abandonó  en tiempos del fascista Franco en la década de los 50, una presa que jamás fue puesta en servicio porque el agua que se pretendía embalsar, se filtraba por la roca de naturaleza kárstica que flanqueaba la presa.

El caso, y a lo que voy, es que después de pasar una jornada intensa,  en contacto con la naturaleza y descargando adrenalina, llegó la hora de emprender el regreso a casa. Circulábamos por las sinuosas carreteras de la serranía de Ronda a bordo de mi añorado todo terreno, y puse en marcha el reproductor de CDs para tener música de fondo mientras conversábamos animosamente sobre la fantástica jornada que habíamos pasado juntos, lamentando que no pudiéramos repetirlo en más ocasiones de las que las malditas responsabilidades nos permitían.  Pero la charla enmudeció cuando alguien subió el volumen del reproductor y empezó a sonar este tema… “Same old blues”.


La carretera con sus curvas, parecía mecer el coche, cuyo motor enmudeció ante el lamento de la guitarra de Eric Clapton, Slowhand para los amigos. Fueron  ocho minutos y doce segundos que nos trasladaron a otra dimensión mientras caía la tarde y las sombras de los árboles se alargaban, fragmentando sus hojas, la luz en miles de destellos. Me dio la impresión de no haber estado conduciendo durante esos ocho minutos y doce segundos, para mí, que el Mitsu se condujo solo mientras mi mente se dispersó… Aquello fue la intemerata.

Cada vez que escucho este tema, el lamento de esa guitarra, que me transmite  incluso más que la voz de Eric y la letra se la canción, me traslado a aquel día, a ese pasado anhelado, a esos sublimes ocho minutos y doce segundos en los que puedo afirmar de manera categórica, que me sentí inmensamente feliz.

En la foto, de izquierda a derecha, los tres de marras… Juanma, Nano y el que suscribe.
 
 



sábado, 6 de septiembre de 2014


QUIEN A BUEN BOTE SE ARRIMA...

Quien a buen bote se arrima, buena sombra le cobija. No es exactamente así, pero resulta que este bote no daba para mucho más que para dar sombra a los perros orilleros.

La pesca ya no es lo que era, se pesca poco y mal… me dijo el pescador. Y continuó… La bahía está hecha unos zorros, con tantos residuos en sus aguas, diluidos y sin diluir, y además esquilmada por la pesca abusiva.  Apenas quedan caladeros, y los que quedan, están lejos y pertenecen a otros países que los administran con mano dura cobrándose la revancha por nuestros abusos en el pasado. Otros caladeros están infectados de piratas, aunque no se sabe quiénes  lo son más, si los de las chalupas que han cambiado las nasas por los Kalasnikov para secuestrar  barcos, o las flotas pesqueras de las multinacionales, que arrasan aquellos caladeros surtiendo de materia prima a los países pudientes para que confeccionen  sushi, sopas de aletas de tiburón y demás pachangas orientales tan de moda hoy en día. Y hablando de piratas, por aquí cerquita los tenemos también, los piratas de Gibraltar, que se dedican a piratería de otra variedad pero que también afecta a las pesqueras.

El pescador siguió con su monólogo… Tenemos que tirar los precios en las subastas, tanto, que sale más a cuenta vender las capturas de extranjis, que en las lonjas. Apenas nos llega para cubrir gastos y encima nos suben el gasóleo. Hay que remendar una y otra vez las artes, porque no podemos plantearnos comprar unas nuevas, y lo de llegar a final de mes nos suena a chiste. Entre tanto, el intermediario  cuadriplica   el valor de las capturas, convirtiendo nuestro trabajo honesto y sacrificado, en un ultraje para el consumidor de infantería, y en un capricho al alcance de unos pocos. Luego nos escupen en la cara que el pescado es caro.

Al linchamiento que sufrimos, se suman las administraciones. Nos crujen a impuestos, nos sancionan hasta por mear por la borda,  nos exigen licencias hasta para encender una cafetera, y nos obligan a realizar cursos para “cualificarnos”, a nosotros, que nacimos navegando y meamos agua de mar.  De modo que llega un listo, monta una academia auspiciada por la administración, de estas que se dedican a recibir subvenciones que luego acaban en las cuentas de los mangantes de turno, y con las cuatro perras que dejan para justificar los cursos, pretenden actualizar nuestros conocimientos que estarán avalados por un titulillo de mierda que no vale ni para tomar por sentina. Esta es la proa, esta es la popa y esto de la foto es un traje de supervivencia que ustedes no tendrán abordo en su puta vida, porque cuesta la mar de caro, pero si se hunden con su chalupa, podrán recordar lo bien que les habría venido tener uno… so desgraciados. Y en esas andamos compadre.

Así que he optado por retirarme y que el bote de mis desdichas se pudra a merced de las mareas, del viento de levante y del viento de poniente, aquí, en la marisma de la Casería de San Fernando. Que lo aprovechen los perros orilleros para descansar en su sombra o refugiarse del viento tumbaditos a sotavento.
Total, ya no procede ni hundirlo por cuestión de dignidad marinera, porque apenas lo intentes te piden los papeles de hundir botes, y la hemos cagado… capaces son de meternos en el penal de la Carraca por no cumplir las normas impuestas por los que roban a destajo y se van de rositas, de rositas de los mares en yates de lujo.
Hay que joderse compadre, hay que joderse.
 
 

martes, 2 de septiembre de 2014

SUEÑOS ROTOS (Dibujo digitalizado)

Partí de un dibujo que realicé a lápiz, y a partir de ahí todo derivó en un sinfín de capas para colorear, insertar elementos, generar efectos, y volverme loco reorganizando capas en PS. Me animó a la aventura mi sobrino Francisco, que se maneja bien en este territorio  y me sugirió que hiciera algo.

La base como digo, fue el dibujo a lápiz escaneado previamente, pero también tocó dibujar con el ratón utilizando la función pincel combinada con la tecla Mayúsculas, que permite trazar rectas y crear curvas uniendo pequeños segmentos, así como figuras geométricas que debidamente combinadas, dan lugar a otras formas.

 El tema es original, nacido del flujo de mis neuronas, y puede que tenga algún sentido, que signifique algo… al menos es lo que sugiere mi amada esposa que para eso está estudiando psicología, o mejor dicho, para eso me conoce mejor que nadie.

Probablemente tenga un significado, pero en principio no me lo planteé, simplemente di rienda suelta al lápiz, y luego a las aplicaciones del software de retoque fotográfico con el que también se puede dibujar.

Por lo demás, seguramente la cosa parecerá una especie de batiburrillo de técnicas, pero es lo que pasa cuando tienes que irlas descubriendo sobre la marcha, no es más que el sino del autodidacta.
 

sábado, 9 de agosto de 2014

ACTAS JUDICIALES

Hace ya unos años, en 1997, Juan Luís Naval Molero, un buen amigo, del que puedo decir que es una eminencia y un pertinaz investigador sobre todo lo concerniente a la historia de Chipiona, estaba enfrascado, junto con otros integrantes de la Asociación Cultural Caepionis, en la ardua tarea de transcribir unas  Actas Judiciales  datadas en el siglo XVII, ardua tarea porque los manuscritos, además de estar redactados en el castellano de la época, tenían las particularidades de las caligrafías de los diferentes amanuenses. Así pues, podría decirse que los de la asociación realizaban un trabajo de chinos que ha dado un resultado encomiable.

En varias ocasiones, Juan Luís me ofreció colaborar dibujando las portadas de estas actas y algunas ilustraciones del interior de estas publicaciones. En esta en particular, me pidió que realizara una representación de cómo podría haber sido el castillo de Chipiona en el siglo XVII, basándome en las descripciones de la época. Así que en base a eso, hice lo que pude sin demasiado convencimiento. El castillo sufrió modificaciones con el paso del tiempo, y  por razones obvias, actualmente su aspecto  es totalmente diferente, como se aprecia en este otro dibujo que realicé en por las mismas fechas, que es propiedad de otra amiga de Chipiona. Incluso este dibujo ya no refleja el estado actual del castillo porque fue reformado hace unos años.
Ya de paso os dejo el enlace del blog de Juan Luís, un buen referente para quien quiera conocer cosas sobre Chipiona y su historia. http://chipionacronista.blogspot.com.es/2010/12/p-u-b-l-i-c-c-i-o-n-e-s.html


 

martes, 5 de agosto de 2014


EL LANGOSTINO QUE VENDIÓ CARA SU PIEL.

Érase una vez un langostino, que dormido en lecho arenoso de  aguas frente a Vinarós, en el septentrión de la costa valenciana, soñaba con vender cara su piel en singular batalla contra las artes de pesca.  Pero por no atender al refrán que dice, a camarón que se duerme se lo lleva la corriente, sin bien no fue la corriente y él no era un camarón,  por dormirse, fue llevado por una red.

Acabó atrapado por las redes de un pesquero llamado “Esperanza” curiosa paradoja cuando al pobre crustáceo lo que menos le quedaba era eso… esperanza. Fueron las curtidas manos de Vicente las que le liberaron de la red para confinarlo de nuevo, esta vez en una caja de tablillas de madera con hielo picado. A duras penas vivía, aletargado por el frío, solo le restaron fuerzas para lamentarse por no haber podido plantar batalla, por haberse dormido en su guardia y no haber podido vender cara su piel… Así murió, equivocado en parte, porque la historia continúa.

Los pescadores estibaron las cajas de langostinos, entre las que se hallaba el langostino soñador. Eran de muy buena calidad, lo habitual cuando se trata de langostinos de Vinarós, pero apenas sumaban 20 kilos, pocas ganancias una vez deducidos los gastos del gasoil y demás. Fue una de esas jornadas de mucho trabajo y pocos réditos, de salir al alba para dar de mano al lubricán, con apenas tiempo para cenar, dormir pocas horas y zarpar de nuevo  al alba con el “Esperanza”  con la esperanza de obtener  mejor captura.

Ya en la lonja del muelle pesquero,  la piel del langostino durmiente de momento no fue vendida cara, más bien barata, tanto que para Vicente resultó, no ya lo comido por lo servido, sino haber pagado por trabajar. Mientras Vicente se marchaba a su casa con sensación de derrota, un intermediario se frotaba las manos y se apresuraba a dar las órdenes para que metieran en un furgón frigorífico las cajas de la pesquera subastada, entre ellas la caja donde se encontraba el langostino soñador. Lo que compró por X podría venderlo por X al cubo en el mercado, pongamos que hablo de Madrid, por decir algún lugar, lo cual no está mal deducido el precio irrisorio del transporte. Porque esa es otra, al igual que Vicente, Marcelino el transportista es de los que madrugan mucho y se acuestan tarde después de hartarse de kilómetros y caer en la cuenta de que,  lo que transportó durante toda la noche, apenas le reporta para pagar el gasoil, el autónomo y  un apresurado desayuno en el destino tras soltar la carga.

El ya cadáver del langostino soñador se exhibió de nuevo en otra lonja, esta de secano, con el precio de su piel multiplicado por tres. Finado, pero bien fresco, presentaba buen color. Enseguida alguien le echó el ojo,  y junto con otros de sus camaradas caídos en las artes del “Esperanza”  fue depositado  en una caja de mejor apariencia, manteniéndose la cadena de frío.

La caja fue comprada un  master chef, de estos que están en la guía Pirulín y usan trajes de cocinero de diseño, trajes que antes eran sencillamente blancos por una cuestión de higiene, y que ahora pueden ser negros o colorados, con tal de dar la nota. Un master chef  de esos que, en vez de las perolas y los fogones de toda la vida, utilizan sopletes e ingenios más propios de un laboratorio que de una cocina.

Así pues, la caja de langostinos selectos fue a parar a la cocina selecta de un restaurante selecto de a 1200 euros el cubierto low cost y dos años de espera.  Apenas llegó al restaurante, el langostino soñador pasó a ser el elegido de entre los elegidos.

Aislado en una pulcra mesa de una pulcra cocina excelentemente iluminada, sobre un plato cuadrado, proporcionalmente más grande que la caja que compartió con sus colegas finados, unas delicadas manos, que nada tienen que ver con las manos de los cocineros de toda la vida, empezaron a diseccionar al crustáceo con precisión cirujana. Era como si el cocinero pretendiese resucitarlo interviniéndolo a corazón abierto, en vez de cocinarlo.

Un sopletazo por allí, otro sopletazo por allá, una leve rociada de emulsión de gelatina vaporizada de cagada de esturión de Siberia, un ligero toque espumoso de moco de ostra malaya, y media partícula de trufa metida por el culo, con una gota de vinagre de 20 años para lubricar. Y a continuación una galleta porosa de pedo de avena para dar textura, adornada de dos leves toques de frambuesa negra líquida Chambord Pedorré, para que parezca un cuadro de Tapies y  justificar el precio.

Al poco rato, el langostino soñador fue exhibido una vez más y de manera definitiva,  en aquel pedazo de plato, absurdamente grande para tan poco contenido. Rodeado de  una escolta de tres camareros encabezados por el chef, fue trasladado en bandeja de plata, con mucha fanfarria y tontería, hasta la mesa de un extravagante comensal, que no sabiendo en qué gastar sus dinerales, decidió hacerlo pagando un potosí por aquel langostino de Vinarós disfrazado de lagarterana, por el que su cocinero de diseño cobró en un abrir y cerrar soplete, lo que Vicente y su tripulación no ganarían ni en un mes de buena faena.

No sospechó jamás cuan cara  vendería su piel aquel langostino soñador, a pesar de haber caído sin presentar batalla en las artes del Esperanza por no haber atendido al refrán… Langostino que se duerme nunca sabe dónde acaba.

JM Arroyo




 

 

miércoles, 16 de julio de 2014


EL PACIENTE Nº 1 DE LA HABITACIÓN 304

Un lunes 7 de julio de 2014 acabé hospitalizado en da igual qué hospital, a cuenta de un cólico nefrítico que me hizo ver las estrellas sin necesidad de telescopio. Retorcido como una maroma, fui a parar a la habitación 304, siendo yo el paciente nº 2 de la misma.
Al entrar vi al  paciente nº 1 de unos cincuenta y tantos, que tenía un aspecto bastante lamentable. Acompañándolo, había un sujeto de su quinta que, apenas entré y sin haberle hecho  la mínima pregunta, pues yo no estaba para conversaciones,  me puso al corriente, con marcado acento argentino, de su situación y de la del pobre hombre que yacía maltrecho en la cama. El argentino no me dijo su nombre, pero sí mencionó el de su hermano, que se llamaba Ricardo.
 
Según me relató en un plis-plas, su hermano había sufrido un derrame cerebral y no era el primero por el que pasaba. Como consecuencia de ello quedó afectado su hemisferio izquierdo, provocándole una afasia que le impedía expresarse oralmente y que paralizó  su extremidad superior derecha, detalles de los que me apercibí  casi de inmediato. También me contó que él era el único familiar que tenía cerca, que su hermano Ricardo estaba divorciado y que tenía un hijo de corta edad de los que recibió fugaz visita, sin que hubieran vuelto más.

Después de contarme esos detalles, el argentino, con ganas de cháchara, empezó a lamentarse, más que por la situación  del hermano, por la suya propia, por eso  del trastorno que le suponía tener que venir por las tardes al hospital para atender a su allegado. Así que, pese a que no estaba en mis mejores momentos de lucidez, cacé al vuelo la situación de Ricardo…además de jodido, estaba solo.
Tras darle de comer con desgana y de contarle los contratiempos que podría tener para venir a verle al día siguiente, el hermano de Ricardo se marchó, mientras este permaneció en silencio mirando al techo con cara de resignación. Gracias a los efectos de los calmantes, aproveché para reponerme un poco de las horas  anteriores en las que estuve doblado a cuenta del maldito cólico, maldiciendo la hora en la que me tocó, pero pronto empecé a tomar  consciencia de mi buena estrella, si la comparaba con la triste luna de mi compañero de habitación.
Poco antes de la cena me llegó cierto hedor a orín, sospechas que se confirmaron cuando entraron las auxiliares y comentaron… maldita la hora en la que le quitaron la sonda, este pobre se ha meado encima. Fue mi primera toma de contacto con la rutina de mi compañero de habitación…

-  Ma ma ma ma má… 
-  ¿Qué quieres Ricardo?  - Le preguntaban las enfermeras.
-  Pa pa pa pa pá… -  Respondía Ricardo señalando hacia los pies de la cama con su mano izquierda.
Quizá quería que se la subieran, quizá que se la bajaran, quizá quería que lo subieran un poco más hacia la cabecera, o que le acercaran más la mesita. Dependía de la perspicacia de la sanitaria de turno o de las ganas que tuviera de prestarle atención, para que los pocos deseos del pobre Ricardo se cumplieran. Pa pa pa pa pá… ¿Te subo? … no… ¿Te bajo? …sí, ma ma ma ma má… Era todo lo que Ricardo podía expresar aparte de señalar con la mano útil… pa pa pa pa pá…ma ma ma ma má… si… no. Expresiones clásicas de los que padecen afasia.

El segundo día de mi estancia en aquel reducto de tormentos, a primera hora de la mañana, Ricardo nos dio un buen susto. De buenas a primeras empezó a sufrir unas convulsiones terribles,   una especie de ataque epiléptico. Tenía la mirada extraviada, el rostro desencajado, la lengua torcida y se convulsionaba como si le estuvieran dando descargas eléctricas.
Mi reacción fue  levantarme del catre cagando leches con el gotero en una mano, mientras que con la que me quedaba libre, le sujeté para impedir que se cayera de la cama, en tanto mi querida esposa, que por suerte en esos momentos estaba allí, corrió hacia al pasillo para buscar a las sanitarias, las cuales andaban desperdigadas por toda la planta, desbordadas por sus tareas a cuenta de los malditos recortes de personal.
Llegaron con  refuerzos tan pronto como pudieron y se hicieron cargo de Ricardo. Debido a la importancia del episodio, se lo llevaron a la sala de observación para tenerlo monitorizado. Cuando se lo llevaron, se hizo el silencio en la 304. Me quedé mirando un buen rato por la ventana, que estaba junto a mi cama y que tenía buenas vistas, pensando que después de todo, aunque me tocó la china, yo era un tipo afortunado.
Una piedra danzaba por mis entrañas, pero eso era una nimiedad comparado con lo que sufría el pobre Ricardo. Además de su afasia y de sus problemas para comunicarse, sus pulmones estaban tocados. A penas le quedaban venas aptas para la punción, y rara era la vez que un catéter le duraba más de un día en la misma vía. Así tenía el pobre la piel, amoratada y dolorida, así se lamentaba amargamente cada vez que le manipulaban las agujas… no no no no no… ma ma ma ma má… no no no no…
Aunque las sanitarias lo lavaban a diario, había evidencias de descuido que se reflejaban en la longitud de las uñas de manos y pies, y en su descuidada barba de días. Además el pobre se cagaba y se meaba encima cada dos por tres, y podía pasar así un buen rato hasta que alguna auxiliar se daba cuenta y podía atenderle. El pobre Ricardo era lo más parecido a un despojo humano, un ser denigrado,  dejado a su suerte en muchos aspectos… Con razón, como dice una canción, había una luna triste en su mirada. Así que… qué autoridad moral tenía yo para quejarme de nada.
Ese mismo día, a esto de la media tarde, volvieron a traer a Ricardo a la 304, sedado y conectado a la toma de oxígeno. Al poco apareció el hermano, ajeno a todo lo que había sucedido…

-   Hola, qué tal estás vos – Me preguntó -  Yo estoy agotado del trabajo y ahora, pues ya sabés…toca esto…
-  Yo estoy bien – respondí con desgana - pero su hermano Ricardo sufrió una crisis esta mañana       ¿No se lo han comunicado?
 -  No jodás… Iré a preguntar.
Con estas salió a preguntar, y cuando regresó, puesto que su hermano Ricardo no estaba para cenas, y yo me hice el atolondrado, se dedicó a resolver cuestiones de trabajo por teléfono, hablando en voz alta, sin consideración alguna por su pariente y por los que estábamos allí guardando silencio para no turbar el descanso. Cuando dejó de joder con sus llamadas de negocios,  se dirigió a su hermano, que no debía escuchar nada, pero con todo, como por cumplir,  le dijo que al día siguiente no podría venir a verle porque iba a estar muy ocupado, tal y tal, Pascual. Después se marchó con frialdad, como quien deja resuelto un inconveniente doméstico sin trascendencia.

Al día siguiente Ricardo estaba mejor, y volvió a su rutina… ma ma ma ma má… no… pa pa pa pa pá… sí. Y las enfermeras y auxiliares, las pobres, hechas un lío porque no lo entendían. Cambio de agujas, gritos de dolor, cambio de pañales, cambio de posición de la cama, y una nueva variante que descubrí… la TV. Una de sus pocas distracciones, por no decir la única, era la TV, y por alguna razón, su canal preferido, de los que en ella podían verse, era Tele 5 y el maldito Sálvame. Estaba claro que había algo más que no funcionaba bien en su cerebro.

 A las 48 horas de estar con él y prestarle un poco de atención, aprendí a interpretar su peculiar lenguaje. A fin de cuentas eran pocas las variantes de lo que podía pedir el hombre, y por eliminación, era sencillo dar con lo que quería. Su mundo se reducía a la cama con todos sus movimientos, a la mesa, a las incomodidades y dolencias físicas que padecía, y a la TV. Así que pronto me convertí en su intérprete, y en tanto no hubiera nadie más, le ayudaba en lo que podía.
-   Ma ma m ama má…
-   ¿Qué quieres, que te suba la cama?
-   Si… pa pa pa pa pá…
-   ¿Vale así?
-   Si…ma ma ma ma má…
-  ¿Quieres ver la TV Ricardo? ¿La Tres?
-  No
-  ¿La Cuatro?
-  No
-  ¿La Cinco?
-  Sí… pa pa pa pa pá… (y me indicaba que le subiera el volumen)

Ricardo en cierto modo me ayudó a mantenerme ocupado, sin llevarme al agotamiento, y entre Ricardo, la lectura, los paseos por el pasillo y las visitas de mi amada esposa, el tiempo pasó algo más rápido y la puta piedra, más desapercibida. Además agradecí a Ricardo que se conformara con la tele a un volumen moderado, tirando a bajo, pues así podía centrarme en la lectura, mientras que él se centraba en el dichoso Sálvame o en el Mundial de fútbol, aunque eso de centrarse era relativo. Pocas veces podía centrarse en algo, pues casi siempre estaba adormilado o vencido por la medicación.
La noche del partido del Mundial entre Argentina y Holanda, la TV estaba apagada. Yo no tenía interés alguno en ver el partido, pues estaba enfrascado con la lectura, leyendo sobre la pequeña glaciación que asoló Europa entre los siglos XVI y XVII. Pero pensé en mí colega, corrí la cortinilla que me separaba de él, y al verle despierto mirando al techo, le pregunté…
- Ricardo ¿Quieres que te ponga la TV? En la Cinco echan el partido Argentina-Holanda.
- Si… m ama ma ma má…

Así pues, me levanté y le puse la TV. Hacía un rato que una auxiliar había llegado con una sorpresa para mí, un tarrito infernal de 45 ml que se comercializa con el nombre de Fosfosoda, un evacuante intestinal compuesto de fosfato monosódico dihidratado y fosfato disódico dodecahidratado… vamos, un compuesto para cagarse patas abajo. No me quedaba otra, pues al día siguiente tenían que someterme a una prueba de contraste y los intestinos debían estar despejados. Me tomé el contenido del tarro con estoicismo, y al cabo de un rato, el producto del diablo comenzó a causar estragos.
Mientras Ricardo veía el partido, yo me iba de vareta en el retrete, durando la cosa casi todo el partido. En los penaltis, el Fosfosoda dejó de actuar con virulencia. Ricardo ya roncaba, y no era para menos, pues el partido debió ser de lo más aburrido. Esperé un rato no fuera que a la Fosfosoda le diera por actuar de nuevo y acabara cagándome encima como mi compañero de celda.
Ganó Argentina, me alegré por Ricardo aunque él no se enteró de nada, y me alegré por no haber tenido que volver al excusado, así que apagué la TV, apagué la luz y apreté el culo por si las moscas, echándome a dormir. Fue sobre las cuatro de la madrugada cuando me dio un leve apretoncillo, el último, así que fui de nuevo al WC y abrí compuertas. Después me acosté de nuevo pero me desvelé.
En mi desvelo comprobé que Ricardo roncaba más de lo habitual y que padecía apnea del sueño. Estuvo roncando al menos durante la hora y media que estuve despierto, con apneas que rondaban los treinta segundos. Después del episodio de las convulsiones, me estaba temiendo otro a cuenta de la maldita apnea, pero afortunadamente no pasó nada.

A la mañana siguiente, cuando le pasó visita su médico, se lo hice saber y tomó nota. El día transcurrió sin incidencias para Ricardo, que se pasó durmiendo casi toda la jornada y con las pelotas al aire, quizá agotado por la inquieta noche. El hermano de Ricardo ni apareció. Por mi parte me dieron buenas noticias. La piedra seguía en sus trece pero no obstruía el flujo del riñón, y como soportaba bien el dolor con la medicación suministrada por vía oral, decidieron que me darían el alta para el día siguiente.
Las enfermeras, medio en broma medio en serio, me decían que no querían que me fuera por eso de que les había echado una  mano con el pobre Ricardo, además temían lo que pudiera entrar después, ya que hay enfermos, que aun no estándolo tanto, son bastante más molestos de lo que pudiera ser incluso el desgraciado Ricardo. Pero sintiéndolo mucho por ellas y por  mi compañero de celda, estaba encantado de salir de allí.
Llegó el viernes 11 y a la hora de comer me dieron los papeles de mi liberación. Ricardo estaba despierto y creo que se olió la tostada. Me seguía expectante con la mirada, con los ojos bien abiertos, mientras yo iba y venía, esperando a que me retiraran el gotero. Llegada la hora, me vestí, recogí mis efectos personales, y con bastante pena, nos acercamos a la cama de Ricardo para despedirnos de él.

-   Ricardo… nos tenemos que marchar.
-   Noooo… noooo. (Esta vez no hubo pa pa pa pa pá… ni ma ma ma ma má…)
-   Tienes que animarte y ponerte bien. Ya verás, vas a salir pronto de aquí. ¿Verdad que sí?
Ricardo me miraba fijo, con los ojos muy abiertos mientras que yo le cogía la mano para transmitirle un poco de calor humano.

-  Anímate y pelea Ricardo, yo diré que te cuiden bien y preguntaré por ti ¿De acuerdo?

Ricardo se mantuvo en silencio, aunque su mirada habló por él… Aquellos ojos vidriosos y cansados me enviaron su mensaje, quizá de gratitud, simplemente por tratarle con humanidad y respeto, como me gustaría que me tratasen si estuviera en sus mismas circunstancias. Antes de pasar el umbral de la puerta, me giré de nuevo y le hice un saludo llevándome la mano a la frente, saludo al que correspondió con el mismo gesto.  Tuve la sensación de dejar atrás a un camarada,  la amarga impresión de abandonarle en el frente.
A medida que me alejaba caminando por el pasillo, no pude más que desearle para mis adentros una buena estrella y no una luna triste. Abandoné a su suerte a Ricardo, el paciente nº 1 de la habitación 304.

 


 

 

 

viernes, 11 de abril de 2014


EL JOKER OCASIONAL

Pretendía dar miedo, pero en realidad era él quien lo tenía. Miedo  por estar rodeado de tanta gente ajena a su presencia. Rodeado de  gente, pero sintiéndose solo, este Joker ocasional  hacía el esfuerzo por intimidar, en un intento de rebelarse para no sentirse intimidado por esa soledad brutal, la peor de las soledades, la de sentirse solo entre la gente.  Pretendía llamar  la atención a toda costa,  y para sus adentros gritaba ¡¡Eh!! ¡¡Que estoy aquí, miradme!!! ¡¡Malditos bastardos!!! ¡¡¡Quiero infundiros algo, aunque sea  miedo, necesito  que al menos me temáis y que me consideréis por ello!!!
 
 
 

Pero nada, ni caso…  si acaso,  Joker captaba la curiosidad del gentío por un instante, para después comprobar que no era más que un amago de contacto que acababa en indiferencia. Para asustar hay que ser malo y este Joker de fin de semana no lo era, así pues, como mucho, lo consideraban como un pobre diablo al que había que ignorar.

Allí andaba, allí nadaba este Joker ocasional, en un mar de gente, rodeado por todos, pero como si no lo estuviera, rodeado solo de agua salada que le impedía saciar su sed. Allí estaba con la mirada fija,  pretendiendo  infundir temor, intentando  infundir, al menos, el sentimiento más básico al que son sensibles los seres humanos, el miedo. Pero únicamente infundía desinterés, y en el caso de este observador imparcial, me infundió pena,  al comprobar cómo su  mirada quedaba  perdida en el infinito, tras constatar la indolencia de todos los que le rodeaban.

El caso es que  este Joker  no parecía ser el único náufrago perdido en un mar de gente, el caso es que mucha de esa gente que constituía ese mar, eran  a su vez náufragos, solitarios rodeados de gente,  solitarios que reclamaban la atención para sí, unos infundiendo temor, otros regalando sonrisas, e incluso algunos anunciando en un cartón que regalaban abrazos, como si esos abrazos los necesitaran otros, cuando en realidad los ávidos de abrazos eran ellos.  Algunos simplemente se mostraban neutros, flotando sin más, dejándose llevar por la marea humana, perdiendo temperatura, como sucede cuando se deriva a pelo en la mar. Hasta los mares más cálidos acaban enfriando el cuerpo de los náufragos.

Esta historia es ficticia, desconozco las circunstancias reales de este Joker ocasional, como suele decirse, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, pero el relato no deja de ser posible. Son muchas las personas que hay en este planeta que se sienten solas y perdidas pese a estar rodeadas de gente, personas que padecen esa soledad brutal, la peor de las soledades. Y fue la observación de este Joker ocasional lo que me hizo pensar en ello.

miércoles, 2 de abril de 2014


 

LA RUBIA Y EL MAROMO (Historia de una foto)

Llegaron en un scooter, uno de estos modelos coreanos que hacen ahora a base de componentes plásticos y cromados sintéticos, nada que ver con las Vespas de toda la vida. Para salvar un pequeño terraplén y acceder al lugar de estacionamiento, ella tuvo que bajarse de la moto porque derrapaba… la mierda de la máquina.

La mujer, cuarentona de largo pero aparente, tenía el pelo rubio y los rasgos faciales se me antojaban eslavos, con pinta de ser rusa, o ucraniana, de manera que bien podría llamarse Nikita, Katiuska o algo por el estilo.

El tipo que acompañaba a la rubia, tenía pinta de ser de cualquier parte,  lo mismo podría llamarse Yuri que Manolo. Pero sobre todo tenía pinta de narco de poca monta, de estos que se dedican al asunto procurando no dar demasiado el cante para no repetir trena, y que lo mismo blanqueaba la pasta con un chiringuito montado a pie de playa. Estaba tatuado a tope por la espalda, pero sin mariconadas, tatuajes de esos que se hacían antaño los que habían pasado por el talego,  por la legión, o  por la marina, no como hoy en día, que se tatúa cualquiera por esto de las modas, perdiendo el asunto el sentido, si es que realmente lo tuvo alguna vez.

El caso es que se apostaron a pocos metros de mí,  para ver cómo aterrizaban los aviones, e intentaban  fotografiarlos con una  cámara compacta muy reducida, nada adecuada para esos menesteres. Nikita  (pongamos que se llamaba así) me miraba de vez en cuando y parecía pensar, ese la tiene más grande… Obviamente me refiero a la cámara.

 Él también miraba ocasionalmente, pensando quizá… “lo feliz que haría a Nikita si tuviera una como la que tiene ese”… Evidentemente me refiero a la cámara.

Harto de fotografiar aviones, decidí cambiar el tercio y hacer eso que denominan robado, consistente en hacer una foto de alguien sin que se dé cuenta, así que con disimulo me fui posicionando por la retaguardia para intentar buscar una composición aceptable en la que incluirlos junto con algún avión. La rubia, como la que no quiere la cosa,  seguía marcándome con el rabillo del ojo, la muy soviética, pero  me hice el sueco haciendo como que fotografiaba un matojo de tomillo que había en la cuneta. Entre tanto, el tipo, oteaba el horizonte buscando al pájaro metálico y cuando detectó uno alertó a Nikita…¡¡¡ Никита , прибывает самолет¡¡¡ que viene a significar algo así como  “Nikita, ahí  llega un avión”.

Un MD-80 realizaba la aproximación por poniente y los dos dirigieron la mirada hacia el aparato, momento que aproveché para dispararles un par de veces a traición dando lugar a la foto que adjunto a esta historia. Cuando  pasó por encima de nuestras cabezas, yo ya estaba enfocando la popa del MD-80 para disimular, mientras Nikita parecía desear tener mi aparato, más grande y más rápido que la porquería que tenía su maromo tatuado… Me refiero a mi cámara fotográfica, una Canon EOS 50 con un 200mm, el objetivo más grande que había en esos momentos por allí, aunque una porquería, comparado con los que se suelen emplear para esto de fotografiar aviones.

Nikita y Manolo, Yuri, Murphy o como cojones se llamaran, se fueron al poco.  Lo mismo para atender el negocio tapadera en la playa de Sacaba, que no anda lejos del aeropuerto. Se montaron en el scooter de mierda coreano en el instante en el que yo abría la puerta de mi vehículo para coger una botella y pegar un trago de agua recalentada, las cosas de tener un coche negro y estar en pleno agosto.

Al pasar a mi altura, Nikita me echó una última mirada antes de desaparecer y lo mismo pensó… “Anda, eso también lo tiene más grande”…  Evidentemente me refiero al vehículo.

En realidad la historia que he contado fue el resultado del  delirio que tuve a raíz de la insolación que pillé durante la espera de 12 horas en el aeropuerto de Málaga. Resultó que un amigo al que fui a recoger, procedente de Londres, me dijo que su avión llegaba a las 11 h, en vez de a las 23 h así que acabé harto de aviones, esperando por los alrededores del aeropuerto, y al final debió afectarme el sol.

Lo mismo la rubia era de Alaurín de la Torre, se llamaba Rosario y estaba  casada con el de los tatuajes, Agapito el frutero,  natural de Árdales, y lo mismo Rosario me marcaba de vez en cuando, no por el tamaño de mi cámara o por el coche que tenía, sino  porque yo en pantalones cortos soy irresistible, sobre todo comparado con su marido… Vaya usted a saber.

 

 
 

domingo, 23 de marzo de 2014


A LA MIERDA LA DIGNIDAD

Cuando cometo la torpeza de encender la TV y me tropiezo con las imágenes de la gente vitoreando a un payaso como el tal Willy Toledo, me doy cuenta de que en España, la dignidad no tiene ninguna oportunidad. El día que la gente salga a la calle sin banderitas,  rechazando de plano a estos payasos mediáticos, a los politiquillos que quieren aprovechar la virada en su propio beneficio,  a los oportunistas  y a los alborotadores que se dedican a provocar, sean del lado que sean, entonces saldré yo.

 Pero España es un país de borregos, borregos de derechas, borregos de izquierdas y borregos a secas, y por desgracia los borregos necesitan un pastor que los meta en vereda, de manera que este siempre será un país de pastores infames enfrentados con sus respectivos ganados, ganados identificados, no a marca de fuego, pero si a base de siglas adhesivas y banderitas absurdas.  Son ganados  cuyos individuos necesitan identificarse con un cliché que los una al grupo, ya que de manera individual se sienten inseguros,  acomplejados, acojonados, como se acojonan las ovejas que pierden la senda del rebaño. Y cuando se sienten rodeados por los lobos, chillan y patalean para llamar la atención del pastor, para que los ampare el ganado, chillan y patalean ante las cámaras  de TV y en el YouTube… el Dios de los ganados modernos.

Estamos llevando al país  al nivel de Ucrania, al nivel de Turquía, al nivel de Egipto… países cuyos “pueblos”  toman los gobiernos asaltando  plazas,  azuzados por cuatro listos que ansían el poder , para después instaurar su propio gobierno del terror o del saqueo a secas, como pronto pasará con la ultraderecha ucraniana… Es el síndrome del intermitente, izquierda, derecha, y como la gente es imbécil, traga y vuelta a empezar… ahora para la izquierda, ahora para la derecha, como hace el ganado en los campos, que ondula a un lado y otro, controlados por los perros fieles al pastor.

 No merecemos votar en las urnas democráticamente, porque no sabemos manejar la herramienta de manera inteligente, del mismo modo que un cerdo no sabe apreciar en su justa medida un pastel de frambuesas. Lo que nos merecemos es que nos gobierne un ex KGB como Putin y que a la mínima protesta, nos meta los cañones de los  T-90 por el culo… o un payasote como Maduro para que nos cuente historietas de pajaritos bolivarianos mientras arruina el país…pirrripipi, pirrripipi…  Merecemos un gobierno islámico para contentar a esos que portan sus banderitas autonómicas tuneadas de revolucionarias, ataviados  con la kufiya, que no sé qué cojones pinta aquí. Es algo tan absurdo como si los palestinos se manifestaran contra Israel vestidos con capote y sombrero andaluz… Pero eso, que  nos gobiernen los islamistas, para ser coherentes con las kufiyas, y todos a rezar de rodillas orientados al Este, calladitos y sin chistar para no ofender a Alá, so pena de ser linchados en público… por imbéciles.

Merecemos que nos gobierne Willy Toledo y los Bardem, a ver si vamos todos a parir, por los cojones, al hospital judío Monte Sinaí a costa de un gobierno progre-comunista pro Armani. O que nos gobiernen los bomberos de la Comunidad de Madrid, que están indignadísimos y se apuntan a todas, para que hagan por que trabajemos las mismas horas que ellos y nos pongan el mismo sueldo que tienen ellos a todos los demás … a ver si son tan machotes.


 Dicho sea de paso, merecemos que nos siga gobernando Rajoy, que fue elegido por  uno de los ganados, y merecimos que nos gobernara Zapatero, que fue elegido por el otro ganado, y que ahora quiere asaltar el redil. Merecemos, por poner un ejemplo, que la Pájaro Loco (Teresa de la Vega), la del Partido Socialista O B R E R O  Español, blinde su jubilación para cobrar 8 veces más que lo que reciben los que cobran  la pensión más alta que se puede pagar en este país. Merecemos también, por poner otro ejemplo, tener a Rodríguez Rato de multinacional en multinacional, pese a tener en su currículo el dato de haber arruinado la economía de muchos españoles, como tantos otros ex ministros de ambas partes. Y merecemos los sindicatos que tenemos, esos que promueven manifestaciones gritando consignas proletarias, mientras roban a manos llenas al proletario, para poder vivir como buenos capitalistas.

 El caso es que Suárez acaba de fallecer.  Deberíamos darle las gracias por intentarlo, por ser valiente y cabal cuando hubo que serlo, pero resulta que este país de idiotas no tiene memoria ni tiene remedio. Suárez debió darse cuenta el día que llegó Tejero, pegó cuatro tiros  al techo, y salvo él, Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo, que aguantaron con dignidad, todos los demás,  que ahora se dan golpes de pecho por la democracia y las libertades, se metieron bajo los pupitres del congreso cagándose por las patas abajo… Quizá por eso la naturaleza física de Adolfo acabó por llevarle a olvidar su tragedia familiar y  de paso, la tragedia de este país de ineptos.

Descanse en paz Adolfo Suárez, y a los borregos que les den, por mandar a la mierda su dignidad.